Tuesday, December 4, 2012

El bendito café.


A mi siempre me gustó la hora del café.

Yo jugaba con Diego Rosero, a la vuelta de mi casa de Las Américas, a escalar sacos; una pila de costales de fique y café arrumados con cierto orden en la mitad de la sala; sala que a futuro (unos doce años) se convertirá en el garaje del Mazda 323 azul cielo cromado de la Familia Rosero Zúñiga por esos días.

Y me gustaba la hora del café después del aguacero en la tarde deportiva del champa; yo escurriendo agua de la camisa amarilla de deporte con el león en rojo y la CH mayúscula, y el cuello en V blanco, minúsculo por mi talla por esos días. Visitábamos con Bastidas Alzate Nestor Marino a Cifuentes, el hijo del señor que manejaba la Federación Nacional de Cafeteros (o por lo menos las bodegas) e inventábamos carreras por entre cientos de los mismos sacos de fique con tres rayas marcadas en tinta y de nombre Café Excelso tipo Exportación. Por esos días el Made In Colombia sólo lo entendía Cifuentes, pero el olor a la trilladora de granos se me metía por la H, y por el cuello en V y por todo el champa.

Pero como en las historias breves, el tiempo me llevó más al norte. Sobre ese norte y frente a la casa de los Otálora hacían los empaques de fique de tres rayas con el anuncio de Made In Colombia, que tras haber  vivido en Londres, Diego Otálora leía y sabía pronunciar muy bien. Bueno, tenía sus ventajas vivir con el taque-taque diario y nocturno de la maquila, de los hilos trenzándose y de la fila de indios guambianos (antepasados míos, no de Diego Otálora) arrumados afuera como los sacos de café, pero vacíos.

Y llegué a la hora del café porque se me hizo costumbre tomarlo en casa de mis amigos, con ellos o sus hermanas. Ya con calados de Carulla donde los Otálora o con pan de La Tercera donde los Amézquita (both of them). Pero del café, la hora del café, los calados o el pan de La Tercera (que bien podía cambiar a pan de Timbío un sábado), les cuento y hablamos.